Sangre . Me encanta el olor a sangre. Pero lo que me encanta más aún, es tenerlas a mi merced. No pueden oponerse a mi voluntad. ¡Es tan divertido! Puedo hacer con ellas los que yo quiera. Eso me permite darle rienda suelta a mis más perversos caprichos. Con cada una, me supero en crueldad. Llevo siglos desquitándome por esta maldita inmortalidad. Ojalá yo pudiera morir. Ojalá pudiera sentir dolor, o lo que sea, pero sentir… Con Marcela, debo confesar, me encariñé. Ojo, no es que me contradiga con lo que dije recién sobre sentir. Digo que me encariñé porque su caso fue especial. Era la más despierta de mis víctimas, la más lúcida. Fue la única que no intentó librarse de mí con crucifijos, rezos y agua bendita. Ella me veía realmente. Creo que hasta percibí compasión en sus ojos, clavados en los míos, rojos de ira, rebosantes de ganas de hacer daño. No tenía derecho a tenerme piedad. Yo no la tuve, ni la tendría que con ella. Para comprobarlo, la obligu...
Hola, soy Gabriel. Vivo en la casa de mi abuelo. No sé bien dónde queda, pero dicen que es la Capital. Vivimos con mi papá y mi hermana en una pieza que da al patio, que a la vez, es el garaje. También viven con nosotros mi abuelo y mi tía, la hermana de mi papá. Mi mamá falleció cuando yo era muy chico. Pobre, casi no me acuerdo de ella. Bueno, pobre yo también. Crecer sin mamá es algo que no se lo deseo a nadie. Pasando las habitaciones, está el comedor, y detrás de éste, el jardín. Allá al fondo, al lado del gallinero y los rosales, en el verano se arma la pelopincho. Sacarnos a mi hermana y a mí de la pileta, es casi una misión imposible. Mi abuelo es lo más. Hace unos pucheros riquísimos en invierno, y un arroz con leche para chuparse los dedos. Nos lleva al colegio, nos trae de vuelta. Nos prepara la chocolatada. A veces vamos en tren con él. Me dice que el tren sabe adónde vamos, por eso su marcha suena “catán, catán… catán, catán…”. Salir co...