Sangre . Me encanta el olor a sangre. Pero lo que me encanta más aún, es tenerlas a mi merced. No pueden oponerse a mi voluntad. ¡Es tan divertido! Puedo hacer con ellas los que yo quiera. Eso me permite darle rienda suelta a mis más perversos caprichos. Con cada una, me supero en crueldad. Llevo siglos desquitándome por esta maldita inmortalidad. Ojalá yo pudiera morir. Ojalá pudiera sentir dolor, o lo que sea, pero sentir… Con Marcela, debo confesar, me encariñé. Ojo, no es que me contradiga con lo que dije recién sobre sentir. Digo que me encariñé porque su caso fue especial. Era la más despierta de mis víctimas, la más lúcida. Fue la única que no intentó librarse de mí con crucifijos, rezos y agua bendita. Ella me veía realmente. Creo que hasta percibí compasión en sus ojos, clavados en los míos, rojos de ira, rebosantes de ganas de hacer daño. No tenía derecho a tenerme piedad. Yo no la tuve, ni la tendría que con ella. Para comprobarlo, la obligu...