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Mostrando entradas de noviembre, 2017

Señor Gabriel

Tenía nueve años recién cumplidos cuando Gabriel cruzó por primera vez la puerta de su nuevo hogar.  Con la respiración agitada y un nudo en el estómago, su mano pequeñita y sudorosa sostenía el bolso con las pocas pertenencias que cargaba. Nuevamente la ilusión y el deseo irrefrenable de que ésta vez sí funcione. La química con la joven pareja fue instantánea, y crecía con cada visita al orfanato. Tanto, que el día que le preguntaron si quería formar con ellos una nueva familia, la respuesta fue un abrazo infinito y un mar de lágrimas por parte de los tres. Todo era nuevo para él. No había tenido tanta suerte las veces anteriores. Pero esta gente parecía amable. De a poco fueron construyendo una rutina familiar, y la verdad es que se sentía cada vez más feliz. Sus tíos y primos eran gente divertida. Su abuela lo llevaba todos los días al colegio y lo esperaba con el almuerzo listo para cuando volviera.  El que era un enigma era su abuelo. Ante sus ojos y estatu...

María

María. Un nombre simple, sencillo, sin pretenciones. Un nombre que le habrán de cambiar con el tiempo, vaya a saber uno por qué. María es hija de doña Magdalena y don Cecilio, allá por los años del Virreynato. Sólo por el hecho de ser hija de familia acomodada le da derecho a algo que criticará años más tardes en un escrito enviado a su amigo Monteagudo, para que publique en el diario de la ciudad, y es que respecto de las mujeres, sólo las hijas de los ricos tuvieran derecho a aprender a leer y escribir; de lo contrario, estaban condenadas a la oscuridad, relegadas a las tareas de la casa y al servicio de sus maridos. Pero María era diferente. Con sólo doce años, sabía que no toleraba las injusticias. No concebía una vida sin pasión. Pasión por el pensamiento, por los derechos, por la libertad. Le hervía la sangre cuando doña Magdalena la esperaba en el lujoso salón de la quinta de San Isidro a la hora del té, para repasar con ella -aunque sin admitirle el menor comentario al...

Colectivo Imaginario

Expertos en el estudio de la mente sostienen que el cerebro automatiza algunas acciones que ejecutamos con cierta regularidad, básicamente para ahorrar energía. Tomar todos los días el colectivo, bien puede ganarse un lugar entre ellas. Mi día arranca a las 6 de la mañana. Luego de postergar la alarma un par de veces, me lavo los dientes, tomo un café, me enfundo en los pantalones y camisas elegidos para la ocasión, y completo la elección del tipo de abrigo que usaré, siguiendo atentamente el consejo del sujeto del clima del noticioso. Dos cuadras me separan de la parada del colectivo. Si todo sale como es debido, a las 7.11 AM pasa por la estación de Ramos Mejía, el 166 que me lleva a Palermo. Todo es cuestión de llegar a tiempo, esperar un par de minutos en la fila, subir, pagar y acomodarse en un costadito para tratar de tener un viaje lo suficientemente cómodo. Sin embargo, hubo una ocasión en la que, a pesar de estar cumpliendo con la rutina diaria con disciplina ...

Ritual

Gabriel se levanta todos los días cerca de las 6 de la mañana. Se ducha rápido, se viste y sale para su trabajo. Sabe que el tiempo que le quita al desayuno, se lo estará regalando al tráfico, pero siente que es mejor llegar cuanto antes a la oficina. Durante todo el día, todos los días, se conecta con el mundo a través de una computadora. Cientos de correos desfilan por sus ojos y sus dedos. Resuelve, pregunta, envía, guarda. Muchos de esos emails quedan reservados para después, para un momento –inexistente- en el que cree que podrá abordarlos con mayor concentración. Sabe de sus amigos, por las redes sociales. Sabe de las noticias, por el diario on-line . Sabe de su novia, por los mensajes que intercambia durante el día. Si apaga la notebook y vuelve para su casa, siempre existe el celular para responder un correo recibido después de hora. Gabriel fue cayendo en este ritual casi sin darse cuenta. Incluso ha llegado a pensar que “así son las cosas” hoy en día. Que de e...

Macho!

¡Macho! – Dijo la partera, sin saber que estaba yendo más allá del sexo que la genética me había otorgado. Me estaba avisando que de chico iba a vestir de azul; que mis juguetes serían una pelota, autitos o armas; que era lógico que me agarre a piñas con otro nene porque tenía que aprender a defenderme; o que de adulto, si salía con muchas mujeres iba a ser bien visto como un galán; y si me casaba, podía dedicar una mínima parte de mi tiempo a “ayudar” en las tareas de la casa, y que no me tendría que preocupar por la mayor parte de la crianza de mis hijos, con jugar un poquito con ellos iba a ser considerado buen padre. Me daba permiso de hacer topless en una playa sin que esto se convierta  en un escándalo, y engordar o quedarme pelado sin temer el juicio estético de la sociedad. Al mismo tiempo, me estaba liberando de que con las hormonas alborotadas me sangre la entrepierna todos los meses; me eximía de usar corpiños de por vida y de tener que depilarme constante...