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Descargo


Ni en mis peores pesadillas me creí capaz de una aberración semejante. Para mí, no había situación alguna que me pudiera convertir en algo que, definitivamente, no soy.  ¿Yo, un asesino?
Soy un hombre sencillo, de perfil bajo. Un laburante. Para mí, los lujos pasan por otro lado que andar ostentando cosas materiales. Mi casa por fuera no dice nada, y mi auto tampoco. Todos los días me aseguro de cerrar bien puertas y ventanas. Puse cámaras y alarma en el jardín y en la entrada de la cochera.  Y eso que por ahora, y por poco tiempo si Dios quiere, alquilamos. Pero la idea es sentirnos seguros.

Me gusta llegar a casa y tomar unos mates con mi mujer mientras decidimos quién cocina y qué comemos. Las nenas están cada día más lindas. La de 7 años me cuenta todos los días lo que aprende en la escuela, y la de 8 meses me mata de amor. Me mira desde la cunita con un par de faroles brillantes que captan todo lo que pasa alrededor.

De vez en cuando ese ritual se ve interrumpido por la visita de mi sobrino. Tipo negativo, si los hay. No hay ayuda que valga, él siempre tiene algo de qué quejarse. Además, se mete en las conversaciones, está atento a todo lo que decís y opina sin que nadie le diga. Para colmo, estoy seguro que después comenta con todo el mundo lo que escuchó en casa.

Ayer fue uno de esos días. Mi sobrino pasó por casa justo cuando estábamos hablando con mi mujer de los planes para hoy. Se ofreció a llevarme al Banco, a hacerme de chofer, guardaespaldas, o lo que necesite. En ese momento me resultó demasiado cargoso. Hasta ahora pienso si las cosas hubieran sido distintas si aceptaba.

Esta mañana desayuné en familia como siempre. Llevé a las nenas a la guardería y al colegio, luego a mi señora a la parada del Metrobus. Como todavía faltaba tiempo para que abra el Banco, me fui a tomar un café. El día estaba realmente hermoso. El sol pegaba contra el vidrio del bar y transmitía un calorcito confortable. De casualidad me di cuenta de que el reloj ya marcaba las diez y cinco.

Pagué el café y crucé al Banco. Llegar temprano tiene sus ventajas. La verdad es que salí bastante rápido con los cien mil pesos para comprarle un autito usado para mi mujer. No creo que alguien se diera cuenta de lo que llevaba en la mochila. Tranquilamente podía haber ido a pagar un impuesto.

Me subí a mi auto y volví a casa. La compra estaba arreglada para el día siguiente, no me daban los horarios para hacer todo en la misma mañana. Pero finalmente mi esposa dejaría de viajar en colectivo para tener un hermoso pero sencillo autito, que la pudiera hacer sentir mas segura en el ir y venir del día, o si tenía que moverse con las nenas.

En eso pensaba cuando rompieron el vidrio de la puerta del acompañante y un tipo encapuchado metía casi medio cuerpo. No sé si tardé en entender lo que estaba pasando o si todo pasó muy rápido, porque pegué un volantazo y el ladrón, aunque trató de sostenerse de la puerta, pude ver por el espejo retrovisor que se cayó de la moto.

Frené de golpe, fundamentalmente porque quería estar seguro de que mi mochila aún estaba dentro del auto. Volví a mirar por el espejo y el tipo estaba tratando de levantar la moto. Sin pensarlo, pisé el embriague a fondo, moví la palanca a reversa y aceleré sin control alguno de mi cuerpo.

Todavía resuena en mi cabeza el ruido del baúl golpeando en seco su cuerpo. Sentí las ruedas pasar por encima de él. Frené unos metros más atrás y lo ví ahí, tirado en medio de la calle. Me daba el sol en los ojos y recuerdo haber pensado en el calor que sentía.

Me bajé del auto aturdido. Empezaba a tomar consciencia de lo que había hecho, sin embargo mis pies no dejaban de acercarme al hombre que yacía inmóvil delante de mí. Aún llevaba su casco puesto, pero yo necesitaba ponerle rostro a lo que había pasado.

Oficial, créame por favor, no sabía lo que estaba haciendo. De otro modo, hubiera sido incapaz de matar a mi sobrino.




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